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HIstorias de una Mujer II

A veces, cuando estoy en casa sola y aburrida, (y como también admito que me gusta un poco el drama), me gusta acordarme de cosas que me molestan. Que me enojaron, que me entristecieron, que me sacaron de quicio. Que me hayan causado una oleada de emociones fuertes. Que me hayan dejado pensando.No soy muy peleadora, no me gusta confrontar, por eso cuando me acuerdo de discusiones o situaciones de injusticia que supe enfrentar y en las que supe hacerme valorar, me enorgullezco de mí misma. Me siento enorme. “Estuve bárbara”. Por el contrario, cuando me acuerdo de lo que callé, de lo que no dije en el momento, del “qué hubiese pasado si...”, me entretengo imaginando qué tendría que haber respondido. Cómo hubiese resultado la historia si hubiese sacado más carácter del fondo de mi cuerpo, si no me hubiese atragantado con mi miedo a confrontar.Repito, me gusta un poco el drama.Este marzo fue el famoso 8M. Como cada año, me siento en casa pensando “tendría que haber ido a la marcha”. Me siento a mirar las fotos y los videos de las chicas que se visten, agarran sus carteles y salen a enojarse. Porque no salen a pasar el rato. Salen a enojarse con el mundo, a comérselo. Y yo en casa también me enojo. Me enojo porque no me puse en campaña para conseguir un grupo, organizar mis horarios y salir a enojarme. Y como ya de por sí estoy enojada, necesito exacerbar lo que me pasa y acordarme de por qué nos enojamos particularmente cada ocho de marzo.Siempre arranco mi hilo de pensamiento con la misma anécdota. Porque pasaron cinco años y sigo igual de indignada como en ese asiento del 152 yendo a lo de mi amiga. Porque hacía mucho calor, y con mi grupo decidimos salir del colegio e ir a lo de Pirula a su pileta, a festejar que terminaron las clases y pasábamos a quinto año. Porque, subiendo las escaleras del bondi, teniendo 16 años, escuché atrás a una señora decir:“Miralas a estas mocosas con la pollera así de corta. Después lloran si las violan y las tiran”. Porque me di vuelta, indignada, buscándola con la mirada. Porque la identifico, finalmente, pero decido subirme, bajarme el jumper y sentarme, comiéndome la respuesta.Después, voy un poco para atrás. En la matinée, mi primera salida oficial. Me puse una pollera y un topcito, me maquillé como podía una cuando tenía 14 años y me fui, emocionada por bailar y conocer gente. En la muchedumbre de gente, todos apretados buscando un espacio para poder bailar, siempre te tocaban. Por arriba, por abajo, costados. Por cada episodio, con mis amigas nos poníamos contentas. Si te manosean, es porque estás linda, porque gustás. Entonces, está bien. ¿No?Yendo más atrás todavía, estamos mi amiga y yo comiendo un helado de palito. Se nos acercó un señor para expresarnos lo mucho que le gustaba vernos comer, por no repetir la guarangada que tuve que escuchar a los trece años. Se los dejo a su imaginación.Esas tres memorias, grabadas en mi mente, son las que considero formaron mi percepción feminista de la vida. Los tres recuerdos que dan un inicio a mi enojo de marzo. A partir de ahí, son flashes rápidos de momentos que les siguieron. Cuando me cambié de vagón en la línea D porque un señor me estaba siguiendo. La cara de terror de mi amiga contándome que fue a pasear al perro y un tipo se le puso delante mientras se masturbaba mirándola. Otra llorando porque la forzaron a tener relaciones cuando ella no quería. Una mamá, abogada recibida y ejerciendo la profesión hace años, teniendo que escuchar como un cliente le pedía el contacto de algún compañero hombre de su oficina, que no le gustaba trabajar con mujeres. Y mi propia mamá, contándome con lágrimas en los ojos como su papá le había dicho que se dedique a hablar de peluquería y ropa, que era de lo único que sabía, que no podía opinar de política.

Me enoja, me saca, me da mucha bronca. Quiero dejar todo y salir a tener bronca en otro lado. Reunirme con gente que también tiene mucha bronca. Juntar esa bronca y hacer algo con ella. Caminarla, hablarla, gritarla y esparcirla. Que entre por el cuerpo y llegue a la cabeza de quien la oiga, y así también esa persona se la plantee y piense “Che, que bronca”.

Pero me quedo en casa. Mastico esa bronca y la digiero, para poder seguir con las cosas que tengo que hacer. Porque cuando tengo mucha bronca no soy eficiente.Dicen que el activismo empieza por partes, de a poquito. No a lo grande. Cuando me llegó el mensaje por el grupo de Comunicación para escribir esta columna, mientras leía la consigna, vi que podíamos hablar sobre cosas que nos enojaran. Pensé: me gusta mucho escribir, y estoy enojada. Esta es mi oportunidad. Entonces, acá estoy, dejando de tragarme la bronca, y explayándola en esta columna. Queriendo contagiarla a quien me lea. Enójense. Enójense con sus recuerdos y anécdotas. Enójense y escriban, lean, hablen, espárzanla. Porque quien no se enoja no cambia nada. Las mayores transformaciones y cambios empezaron con una chispa de bronca.

Ojo, el enojo no es solo gritos e insultos. El enojo es explicar, es debatir, es cantar, es marchar, leer, aprender e informar.Si bien esas cosas que nos acordamos en nuestras casas cuando estamos aburridas no dejan de ser dolorosas, de pesarnos, está bueno rememorar. Pensarlas y ponerlas en palabras. Empezar de a poco, para después quizá, en algún momento, agarrar ese recuerdo y esa bronca, y salir a enojarse.


Anónima


 
 
 

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